El artista debe perder el control todo lo posible para crear una obra de arte fiel al azar propio de la naturaleza, y a la vez rechazar el peligroso impulso de imponer el orden tan propio del ser humano. Para llegar a la verdad, a la cruda realidad emocional, trabajo desde el caos más extremo, trato de crear un puente directo entre la emoción, lo irracional y lo visceral.

No hay razonamiento, no hay diseño, no hay boceto; hay una combinación de ideas sin relación entre sí para producir una inquietud, una incomodidad en el espectador, y acceder así al inconsciente más profundo.

«Después de caminar durante horas por la montaña, he decidido esconderme detrás de un árbol a llorar. Viene gente, me persiguen, desde aquí no puedo distinguirlos. Mi ánimo está por los suelos, el tiempo no acompaña: sol brillante y un cielo azul. Todo me sale bien, lo cual me molesta. El horror no cesa, se me rompe el estómago como se rompe una botella al estrellarla contra la acera.

Un perro enfermo se tumba para acompañarme en mi angustia; espera un trozo de carne que llevarse a la boca, aunque sea podrida. Está muriendo, su piel se cae; lo acaricio con la mano desnuda y al fin una nube gris cubre el sol. Te crees que vas a pasar inmaculado por la vida, sin un rasguño, pero esta te esculpe, te cincela a su antojo y lo que antes eran curvas ahora son ángulos, lo que antes era blando ahora es dura piedra, lo que antes era bondad ahora son golpes.

Creo que voy a salir bien parado. Todo lo que necesito es ibuprofeno, y vomitar.»

Extracto del libro «Vivir Madera»